Se puede afirmar con toda propiedad que para el cristiano no puede haber un verdadero crecimiento y desarrollo espiritual sin la Palabra de Dios.
La exhortación bíblica es clara y terminante al respecto: “… desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación…” (1 Ped. 2:2)
El interés en la Palabra de Dios no puede estar orientado a satisfacer una simple curiosidad intelectual pues eso desvirtuaría la propia naturaleza y propósito de ella.
El apóstol Pablo lo hace muy claro en la instrucción a Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para ensenar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2Tim.3:16-17).
Resulta muy iluminador el cuadro con que el Salmo 1 describe al hombre piadoso que se deleita en la ley del Señor, en la que medita de día y de noche, y que como resultado de lo anterior “será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará.¨
De manera muy acertada un comentador de la Escritura ha dicho:
“La Biblia contiene una historia que hay que creer, mandamientos que obedecer y promesas que disfrutar”.
La solemne responsabilidad del creyente común ante la Biblia (leerla, estudiarla, meditarla, memorizarla, vivirla) es aún mayor para los que la enseñan.
El apóstol Pablo, de manera dramática, declara la seriedad con que asume la tarea de enseñar la Palabra: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea al aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.” (1Cor.9:26-27).
En el Antiguo Testamento nos encontramos con el ejemplo luminoso de Esdras. Mientras Nehemías fue el reconstructor de los muros y el templo de Jerusalén, Esdras fue el gran maestro de la restauración del culto al Señor.
En un par de versículos se deja constancia no solo de su coherencia en el desempeño de su tarea como maestro de la ley del Señor sino de la seriedad con que lo asumió.
“Era escriba diligente en la ley de Moisés…’’ “…había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová (estudiarla) y para cumplirla (vivirla), y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos.” (Esd.7:6,10).
No se puede enseñar de manera eficaz lo que no se sabe y por sobre todo lo que no se vive.
Un destacado maestro de la Escritura ha afirmado acertadamente:
“La Biblia es la Palabra de Dios, infalible, completa, final, normativa”.
Hace bien la Sociedad Biblica al establecer el Mes de la Biblia porque ello nos da la oportunidad de fortalecer nuestra lealtad hacia la Biblia. No se trata de tener una actitud “bibliólatra” sino de profundizar nuestro aprecio por la Palabra de Dios.
Nuestro mejor homenaje a la Escritura será renovar nuestro interés en la lectura y estudio de ella, pero además en su difusión.
Obispo Francisco Anabalon D.
Septiembre 2012